sábado, 31 de marzo de 2012

ARTÍCULOS PUBLICADOS

Trazos en el tiempo

por Alberto Martínez-Márquez



dedicado a Augusto Marín


Risueño, afable, sencillo. Así lo recuerdo. Reía mucho y nos hacía reír. Siempre tenía alguna ocurrencia a flor de labios. Sus palabras corrían tan rápido como su mente. Imagino que no era así a la hora de pintar. Lo imagino pausado, meditando sobre el lienzo y sobre todo aquello que está fuera del lienzo, capturado por su portentosa imaginación. Si algo lo distingue en su pintura es la mesura de formas y colores. Cierto neocubismo, neoformalismo, neodetodo, se asoman por esos cuadros. Fue todo un innovador. Siempre me llamaron la atención esas figuras solitarias que pintaba, sentadas o recostadas, eternamente meditabundas.

Fue hacia 1986 u 87 que lo conocí. Un tiempo antes había visto una exhibición de sus cuadros en la Galería Oller de la Facultad de Humanidades de la UPR, Recinto de Río Piedras. Se lo comenté cuando tuve la ocasión de verle esa primera vez. Lo felicité. Sus ojos se adelantaron para darme las gracias. Luego, con la familiaridad de los viejos amigos, me contaba una anécdota o un chiste, que ahora no recuerdo. Pero da lo mismo, porque de todas formas su alma era transmisora de incesantes alegrías. Fue en el apartamento de mis amigos y camaradas poetas Rubén A. Moreira y Zoé Jiménez Corretjer donde le conocí. Desde entonces, lo vi en cada actividad de nuestra recién inaugurada revista Tríptico o en alguna tertulia que organizaban Rubén y Zoé.

Me impactó aquel gigantesco cuadro titulado “Fiat voluntas tua”. Es la imagen de un Cristo que se confunde con el madero. Umbroso y mayestático. Es una oda contumaz a la religiosidad del ser humano.
En 1990 me fui para los Estados Unidos. Cinco años después yo regresaba a la isla cargado de utopías. Me lo encontré en la ya desaparecida librería Thekes en Plaza Las Américas. Fue él quien me reconoció. Hasta recordó un incidente gracioso que me sucedió durante la exhibición del artista Jorge Zeno unos años antes. Así era Tuto. Un fuerte apretón de manos selló la despedida. A mi día le siguió un torbellino de buenos recuerdos.

Descansa en paz Augusto Marín.

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