Alberto Martínez es profesor de literatura pero tiene la mirada del
cow-boy que vigila desde lejos su rebaño de reses dispersas. Es una mirada poco isleña, si se me permite, una mirada de grandes extensiones, de alta mar, de estepa o tundra. Dirige el Departamento de Humanidades de la Universidad de Puerto Rico en Aguadilla, y no dudo de que es el director de departamento que todos hemos soñado tener: cachondo, hospitalario, dadaísta, exigente, detallista, tranquilo, modesto. Me consta que el paisaje que le rodea le suscita profundos sentimientos. Se trata de un poeta inquieto, metido en un cuerpo de boxeador.
Con la conmovedora amabilidad que le caracteriza ha accedido a responder esta entrevista:
Naciste en 1966 en la ciudad de Bayamón. ¿Qué significa para ti y para los puertorriqueños este lugar?
Bayamón para mí es muy importante, no sólo porque es el lugar donde nací y pasé una parte significativa de mi vida, sino porque constituye el topos genésico de mi poiesis. Mis temas principales: el tiempo, la muerte, la angustia existencial, el pólemos y la ciudad, nacieron esencialmente de mi experiencia bayamonesa durante la mediana adolescencia. Esta ciudad, con su eterno problema de congestión de tránsito (el famoso ‘tapón bayamonés’) y su mezcla abigarrada de espacios y seres urbanos, ofrece una fuente inagotable de creación. Aparte de la opresiva urbanidad que representa para la mayoría de los puertorriqueños, considero a Bayamón una sublime experiencia de lo demónico.
Tu poesía ha sido calificada de “deconstrucción del cosmos” y “acto ludista”. ¿Cómo definirías tu poética, si es que la tienes, la has tenido o la pretendes?
Mi poética es en sí un re-nombrar de las cosas, un re-descubrir el yo interior del sujeto confrontado con su
lebesnwelt o mundo de la vida. Entenderla como una “deconstrucción del cosmos” es también verla como una poética que tiende a develar las realidades ulteriores que subyacen en la el diario vivir y en el plano de la consciencia. No creo que mi poesía sea un acto lúdico en sí misma, pero sí está compuesta en ocasiones de instancias lúdicas, del mismo modo que posee instancias agónicas, donde la palabra se encuentra en constante lucha con los significados. Por eso hay en mi poesía eso que denominaría “valor de estremecimiento.” Por eso, yo pretendo sacudir, más que complacer.
Tanto Las formas del vértigo
(Isla Negra, 2004) como Frutos subterráneos
(Isla Negra, 2007) son colecciones de libros. ¿Por qué operas de este modo y no publicas tus cuadernos de forma asidua e independiente?
La publicación de mis poemarios formados a su vez por poemarios o cuadernos de poesía autónomos, es un proyecto cronológico que me propuse. Cada uno de esos libros está compuesto por un conglomerado particular de colecciones de poemas, escritos en determinado periodo y en un determinado lugar (o varios lugares). Comencé con la publicación de
Las formas del vértigo, escrito en Bayamón y Río Piedras, porque entendía que se trataba de unos conjuntos de poesía madura y lograda. Ese primer poemario registra mis años de formación consciente como cultor de la palabra y mi participación activa en la escena literaria de mediados y finales de la década de 1980. De ese período destaca mi participación en el colectivo-revista
Tríptico, del que fui miembro fundador, que fue tuvo un rol cardinal en la consolidación de la Generación de los ochenta en Puerto Rico. Ése es el contexto que enmarca la producción de este poemario que estaba pautado para publicarse en 1990 bajo el sello de
Tríptico, y por razones de variada estirpe vino a salir en el 2007, afortunadamente bajo la editorial Isla Negra.
Escribí
Frutos subterráneos cuando residí en los Estados Unidos por espacio de cinco años (1990-1995). El libro no es una de esas “memorias” del exilio voluntario o un registro de la experiencia latina en suelo estadounidense a la que usualmente está supeditada gran parte de la literatura escrita por personas de ascendencia hispana.
Frutos subterráneos está más allá de las circunstancias representacionales y el signo identitario. Se trata de una colección de cuatro cuadernos que trabaja el tema del desarraigo y el pólemos del yo bajo otros códigos y otros lenguajes menos convencionales y mercadeables.
Publicar de esta forma cronológica no ha afectado la vigencia de mi
dichtung poético, de mi escritura. Ha sido interesante ver cómo muchos poetas más jóvenes que yo se han acercado a mi poesía. Incluso, lectores tan diversos se me han acercado para decirme que mi poesía les atrae por la diferencia que porta con relación a otros modos actuales de hacer poesía.
¿Crees que ganar el Premio Pen Club de Puerto Rico te consagró? ¿Eres consagrable?
Más que consagrarme, el Premio del Pen Club ayudó a validar a una generación de poetas que los críticos e historiadores de la literatura más notables de mi país estaban renuentes a aceptar.
El límite volcado: antología de la Generación de poetas de los ochenta, que publiqué en colaboración con Mario R. Cancel, y que recibiera el premio a la mejor antología del año 2000, fue un trabajo arduo; puesto que no es tarea fácil reunir a una treintena de poetas tan disímiles. También fue un trabajo arriesgado, porque la mayor parte de los poetas incluidos eran, hasta ese momento, prácticamente desconocidos para gran parte de los críticos y de los lectores. Un caso notable es el de Edgar Ramírez, que venía publicando en revistas universitarias desde finales de los años 70. La publicación de
El límite volcado proporcionó una mayor exposición a los poetas ya conocidos como Edgardo Nieves Mieles, Mayra Santos Febres y Rafael Acevedo y catapultó a desconocidos como Kattia Chico, Edgar Ramírez Mella, Eduardo Lalo e Iván Figueroa, entre otros. El premio del Pen Club fue una manera de reconocer a esa generación perdida y soterrada que éramos los del 80.
Sobre si soy consagrable o no, es algo que determinará el tiempo. Yo sólo aspiro a escribir bien y dejar una huella en la historia literaria de mi país. Hasta la fecha, me complace compartir con muchísimos poetas puertorriqueños de generaciones anteriores a la mía y con los poetas más jóvenes. En ese compartir nos consagramos todos.
En tu apartamento guardas unos curiosos libros-objeto que confeccionas tú mismo. Cuando recitas en público sacas uno de esos enormes libros y parece que amenazas hasta a los dioses. ¿Cómo se te ocurrió? ¿Crees que un buen poeta ha de ser un buen performero?
Por mucho tiempo guardé libros-objetos de otros. Tengo libros del chileno Juan Luis Martínez, del dominicano Pastor de Moya, del guatemalteco Francisco Nájera y de los puertorriqueños Joserramón Melendes y Mayda Colón. Esos son libros-objeto bien pensados y confeccionados.
Mis libros-objeto, en cambio, son demasiado ordinarios, malformados, y carecen de artisticidad, si se me permite el neologismo. Son adefesios enormes y grotescos. Me fascina esta informidad. En los recitales de poesía llaman mucho la atención por su tamaño y su forma, al igual que los títulos que llevan y los objetos que están adheridos a ellos. Se me ocurrió la idea de prepararlos cuando mi querido amigo y camarada poeta, Pastor de Moya me regaló en la Feria del Libro de Santo Domingo de 2001, un ejemplar de
Alfabeto de la noche, que es un libro confeccionado a mano. Como nota interesante, una vez pegué de la contraportada del más grande una serie de informaciones sobre antidepresivos para adolescentes y me llevé el libro para un recital con unos poetas españoles, éstos terminaron arrancando la información del medicamento. Acabaron con la contraportada y tuve que rehacer el libro.
A mí me encanta leer poesía y creo que un buen poeta que sabe leer bien su poesía puede llegar a recrearla performativamente. El performace ofrece al espectador una dimensión distinta y alterna de lo que es una lectura silenciosa o de una simple lectura oral, porque su dinámica excede la palabra dicha. Los gestos, las entonaciones, las inflexiones, los actos, las miradas, los silencios, todo ello hace que el poema se transmute en un signo que se multiplica.
¿Qué crees que le falta o le sobra a la literatura puertorriqueña actual?
Faltar o sobrar en una literatura es algo relativo. Al menos en términos de la actual producción literaria en Puerto Rico me parece que aquél exceso de temas sobre la identidad nacional ha comenzado a mermar (por fortuna). Por lo tanto, entiendo que la dinámica cultural a través del tiempo va regulando los temas y las formas.
Lo que puede suceder es que le falte o le sobre algo a los autores que hacen literatura. Creo firmemente que a muchos escritores les hace falta conocer más de su propia tradición literaria. Una parte significativa de la literatura nacional está en el abandono. Hay libros que merecerían la pena reeditarse. La obra de un gran novelista y poeta como lo fue José de Diego Padró, quien fue un antipoeta
avant la lettre. De igual manera, la poesía de Carmen Alicia Cadilla o de Julio César López. Los cuentos de Josemilio González nunca se han recogido en un volumen y los de Violeta López Suria duermen el sueño de los justos. Gran parte de los escritores noveles desconocen la gran literatura nacional que le precede. Me da vergüenza reconocer este hecho.
¿Hay algo que te desagrade de Puerto Rico?
Me desagrada el culto excesivo al consumismo, derivado del sistema de dependencia colonial, y la extrema violencia que arropa al país. Ésta última está acabando con toda una generación de jóvenes varones.
¿Qué música escuchas?
Me gusta la Salsa, el Jazz, la música brasileira en todas sus manifestaciones y la música lounge. En estos momentos estoy, como dicen en la calle, “jukiao” con la música lounge en sus variantes de downtempo, broken beat, chill out, house, chill house, etc. Me parece una música muy elegante y edificante. He tenido deseos, incluso, de convertirme en disk jockey e ir a clubes para difundirla.
¿Por qué te atrae la obra de Álvaro Cunqueiro?
La obra de Cunqueiro me atrae terriblemente por su uso del anacronismo. Me recuerda un poco las novelas “históricas” del puertorriqueño Edgardo Rodríguez Juliá. En Cunqueiro se da cita toda una amalgama de personajes exóticos. Su trabajo con el lenguaje también expresa ese anacronismo, tanto en gallego como en español. Una de mis novelas favoritas es, sin lugar a dudas,
Un hombre que se parecía a Orestes. Lo que me fascina de esta novela es que la venganza no puede consumirse. Orestes ha gastado su vida fraguando una venganza que ejecutarla luego no tiene mayor consecución. Otra novela de Cunqueiro que me gusta es
Cuando el viejo Simbad regrese a las islas. De igual manera, disfruto las historias de otro insigne gallego, Rodríguez Castelao.
¿Qué piensas de España y su cultura?
Habría que hablar de todas las Españas de España e igualmente de las culturas españolas. No he tenido la fortuna de viajar a España (claro, no he viajado ni siquiera a Europa). Lo que conozco de España es por lo que he leído en revistas, libros e internet y por lo que he visto en videos y la tele. Tendría que dividir mi contestación, hablando de la música, la literatura, el arte y el cine, que es lo que me interesa sobremanera.
En la música está Joaquín Sabina, que es un ídolo para mucha gente en Puerto Rico. Pero también me gusta Pedro Guerra e Ismael Serrano por la letra de sus canciones. Hace un par de años un compañero profesor me trajo un disco de un grupo llamado los “Mojinos escozíos,” que me parece que son andaluces. Me fascinaron por su irreverencia. Por otro lado, siendo la música lounge mi predilecta, me agrada mucho escuchar las colecciones de esta música que se presenta en Ibiza.
Sobre la literatura, es tanto lo que podría decir que llenaría un tomo enciclopédico. Me limitaré a mencionar algunos nombres relevantes. La literatura del Al-andalus, particularmente a Ibn Arabi e Ibz Zaydún, que fueron grandes poetas e intelectuales de su tiempo, me atrajo por lo sensual de la palabra. Del Siglo de Oro destaco a Góngora, a Quevedo y a Cervantes, quienes forjaron un lenguaje distinto en sus respectivos géneros. Los primeros dos influyeron mucho en mi poesía inicial. De ahí salto a finales del siglo XIX con Miguel de Unamuno y Antonio Machado, que fueron son figuras del período que aún releo. De igual modo, disfruto la poesía de Juan Ramón Jiménez y de poetas del 27 como García Lorca, Aleixandre y Cernuda. Es preciso mencionar a J.V. Foix, Josep Carner, Joan Brossa, José Hierro, Valente, Félix Grande y Pere Gimferer, creadores de una poesía muy original y versátil.
Sobre el cine, me gustan las películas de Buñuel, Almodóvar, Vicente Aranda y Alex de la Iglesia, que han destacado por romper con los convencionalismos. Sobre el arte español menciono a tres grandes pintores de la abstracción que me seducen grandemente: Joan Miró, Antoni Tapiès y Esteban Vicente.
Háblanos de tu etapa como doctorando en Stony Brook. ¿Qué puede aportar o cercenar una estancia en Estados Unidos?
El tiempo que cursé estudios en el Departamento de Estudios Comparativos la Universidad del Estado de Nueva York en Stony Brook fue muy revelador para mí por varias razones. Primeramente, como estudiante de literatura comparada tuve la ocasión de adentrarme en unas zonas de la teoría crítica que ayudaron a expandir mis horizontes interpretativos. Tuve excelentes profesores como Román de la Campa, Louise Vasvari y Krin Gabbard. En segundo lugar, como creador, pude acercarme más a escritores y escritoras de todas partes, tanto de Hispanoamérica, como del mundo entero. De manera que se me hizo relativamente fácil acceder a los poetas surrealistas argentinos y chilenos, de los cuales había podido leer algo mientras me encontraba en Puerto Rico. No obstante, ya no se trataba de muestras antológicas, sino de la obra completa de esos escritores. Del mismo modo, pude acceder a gran parte de la obra de poetas y narradores brasileños y portugueses, particularmente la obra de Carlos Drummond de Andrade y de Fernando Pessoa. En tercer lugar, durante mi estadía en Stony Brook, además de la poesía, tuve tiempo para el escribir narrativa y teatro. Para ese tiempo, el narrador peruano radicado en Nueva York, Isaac Goldemberg, me publicó un relato en la revista
Brújula/Compass.
Mi estadía en los Estados Unidos aportó muchísimo a mi enriquecimiento cultural. Descubrir diversas manifestaciones de la cultura estadounidense en el área de las artes plásticas, la música, la literatura y el cine es un estímulo al deseo de comprender una nación con la que existe una relación de domino colonial en mi país. Ver otro aspecto de esa cultura, más allá del deseo de rechazo o asimilación, es más que saludable. Al mismo tiempo, esa experiencia de estudios me ayudó a mirar mi puertorriqueñidad desde la distancia. Ciertamente amplió mis perspectivas en la valoración de lo propio.
¿Qué es para ti Aguadilla?
Aguadilla es el lugar donde he encontrado mi habitar, en el sentido que le confiere Heidegger. Es mi centro, vivencial y espiritualmente.
¿Qué te sugieren los siguientes nombres?
APOLLINAIRE: entusiasmo
CÉSAR VALLEJO: pesimismo
CANTINFLAS: nostalgia
MADONNA: comodificación
HUGO CHÁVEZ: sentimientos mixtos
DERRIDA: deconstruirme
JOSÉ LIBOY: desconocerme
HERNÁN CORTÉS: soberbia
ISABEL LA CATÓLICA: mala leche
KARL MARX: praxis
PAUL AUSTER: desnudar la ciudad
PABLO NERUDA: poetizar al máximo
TRISTÁN TZARA: aventura
ANDRÉ BRETON: soñar
NIETZSCHE: criticidad
RUBÉN DARÍO: aburrimiento
JUAN RAMÓN JIMÉNEZ: éxtasis
Añadiré dos nombres:
PESSOA: universo
JULIO CÉSAR LÓPEZ: minimalismo puro
Si menciono a este último es porque fue mi gran mentor poético, entusiasta de mi poesía y maestro en el arte de la brevedad.
Para terminar: ¿Qué le dirías a un alumno joven que hubiera perdido la fe en los libros y las palabras?
Le diría que lea lo que nadie le ha permitido leer o sobre aquello que le fascine. Si es un alumno joven que hubiese deseado ser escritor y haya perdido toda esperanza en los libros y en las palabras, le diría que falta mucho por escribir porque el comienzo de un escritor siempre viene a través de lo que lee. Yo acuñé un aforismo que he referido en algunas entrevistas y lo repetiré aquí: Todo escritor es la suma de sus lecturas.
Muchas gracias por tus respuestas. Esperamos que muy pronto te decidas a seguir publicando tu obra y por fin visites Europa, donde se te necesita.